Hoy, por primera vez en la historia, este año las diferentes organizaciones internacionales de la enseñanza católica han acordado, a propuesta del Papa Francisco y como una iniciativa más para el desarrollo de un Pacto Educativo Global, celebrar un Día Mundial de la Educación Católica. Así que, qué mejor momento para recordar y agradecer la labor de todos aquellos que la hacen posible.
Desde sus orígenes, las escuelas católicas han estado plenamente comprometidas con la ciudadanía global, contribuyendo al pluralismo educativo y defendiendo el derecho a la educación. Una tarea que no sólo ha centrado sus esfuerzos en la instrucción y enseñanza de múltiples generaciones, sino que, además, ha sabido educar desde dentro de la persona, cultivando su identidad y empoderándola.
Las escuelas católicas llevan en su ADN el compromiso de formar hombres y mujeres concienciados y convencidos de la necesidad de construir un mundo más justo, pacífico y solidario. El camino para conseguirlo pasa por experimentar los valores que nos hacen hermanos y que hacen realidad el sueño de una humanidad fraterna. Ahora, ante la complejidad, la incertidumbre y la metamorfosis que está experimentando el planeta, este modo de educar parece más necesario que nunca.